Un proceso que lucía aburrido, con claras ventajas a favor de la candidata oficialista, Dilma Rousseff (PT), recobró vida la semana pasada cuando se conocieron los resultados de una encuesta realizada por Census, que marcó una reducción ostensible de su ventaja sobre José Serra (PSDB) a sólo 4 puntos de diferencia (ver tabla).
Sin embargo, la emoción parece destinada a durar poco: las encuestas conocidas sobre el fin de semana pasado y en lo que va de ésta, volvieron a mostrar diferencias apreciables a favor de la candidata oficialista; incluso mayores a las que se obtuvieron en las primeras encuestas publicadas hace dos semanas. Expresando los datos reportados en la tabla en términos de votos útiles, Dilma sería electa presidente del Brasil después de obtener entre un 54 y un 56% de los votos.
Las segundas vueltas no son inusuales en Brasil. De las últimas 6 elecciones presidenciales con voto directo, 4 se resolvieron por dicha vía. En las 6 elecciones, el hoy presidente Lula fue protagonista: perdió 3 (1989, 1994 y 1998), ganó 2 (2002 y 2006, ambas con segunda vuelta) y puso a su candidata en esta segunda vuelta.
De allí que resulte difícil imaginarse un Brasil sin Lula ocupando un lugar central de su vida política (y más difícil aún si Dilma resultara electa). Sobre todo cuando Lula se presenta como sinónimo de un Brasil con futuro cercano de país desarrollado.
Pero el Brasil modelo 2010 pone de manifiesto que los presidentes no son tan importantes (llámense Fernando Henrique, Lula, Dilma o José), cuando existen consensos básicos (que se traducen en políticas de Estado) acerca de objetivos centrales como la estabilidad macroeconómica, el crecimiento, el respeto de los derechos de propiedad y la equidad.
Fernando Henrique Cardoso primero y Lula después, y la continuidad de políticas que ellos le dieron a Brasil, permitieron colocarlo progresivamente dentro del grupo de emergentes destacados. Y si bien son muchos los desafíos que quedan por delante, sobre todo en materia de pobreza y desigualdad y de inversiones en infraestructura, durante la campaña electoral no se pusieron en tela de juicio los lineamientos básicos de la política económica brasileña vigente desde hace casi 2 décadas.
Los flujos de capitales que recibe Brasil son récord, y no importó ni importa si el resultado electoral era y es de pronóstico cerrado. A tal punto no importó ni importa, que las autoridades tuvieron que incrementar (de 2 a 4 %) el 5 de Octubre el impuesto sobre los ingresos de capitales, en su afán por controlar el ingreso de divisas y evitar una mayor apreciación del real.
Desde mediados de 2009, en promedio, ingresan unos 7.7 Billones de dólares mensuales, los cuales sirven para financiar un déficit de cuenta corriente de 3.4 Billones de dólares mientras el resto (unos 4.3 mil millones de dólares) se acumulan como reservas en el Banco Central. Tal intervención no resultó suficiente como para evitar que desde entonces el real se apreciara con relación al dólar cerca de un 15%.
Es probable que de aquí en más, ni el impuesto más alto ni la promesa de mayor intervención cambiaria resulten suficientes para evitar que los ingresos de capitales continúen mostrando igual dinamismo. Las altas tasas de interés que pagan los bonos en moneda local resultan atractivas aún cuando la apreciación del real se aminore. Por su parte, el potencial de crecimiento de la economía brasileña sigue siendo elevado, lo cual vuelve muy atractivas a las compañías locales, que además han iniciado un proceso de internacionalización que les permite sumar escala y mejorar su perfil de riesgo (gracias a la diversificación regional de su portafolio de productos).
Ni Dilma, ni Serra son una amenaza para que esto continúe. Es probable que Serra pueda generar algo más de euforia en los mercados, pero eso no es porque Serra pueda significar una política monetaria o cambiaria muy diferente a la que llevaría adelante Dilma (quien mantendría tanto a Mantega al frente de economía como a Meirelles en el Banco Central).
Tal vez la única diferencia importante (y el motivo por el cual un triunfo de Serra podría generar algo de euforia) radica en que el mercado percibe a Serra como el más apto para hacer lo que Lula no hizo: conseguir inversiones en infraestructura lo suficientemente importantes como para despejar cualquier duda acerca de la capacidad de Brasil de crecer rápido y sustentablemente. Hoy, una infraestructura inadecuada, en materia energética, de transportes y de logística, sigue despertando interrogantes. Interrogantes que Lula no pudo despejar en estos años de despegue de Brasil como potencia emergente global y que el próximo presidente tendrá que enfrentar si pretende que su país mantenga dicho status.
Los interrogantes planteados son de mediano plazo, y requieren se monitoree el nivel de inversión real, la performance de su comercio exterior, y otros indicadores de la velocidad de su convergencia económica hacia país desarrollado. La idea de estudiar las diferentes manifestaciones de la convergencia económica es justamente la administración de posiciones de riesgo en tanto Brasil es hoy un país que crece fuertemente y que es favorecido por los mercados, pero que corre riesgos de desaceleración por temas estructurales.
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