Las elecciones en Grecia y Francia representan otro capítulo en la ya extensa crisis de la eurozona. Hasta ahora la crisis fue un juego de sucesivas reacciones entre los organismos supranacionales (UE, BCE, FMI) y los mercados (especialmente los de deuda), en el cual los primeros reaccionan con paquetes de ayuda y acuerdos políticos cada vez que aumentaba la presión en los últimos. Recientemente se ha incorporado un nuevo jugador que agrega aun más ruido y siembra más dudas sobre la capacidad de establecer políticas y mecanismos de coordinación: el pueblo.
Grecia está cada vez más cerca de una seria crisis (salida del euro, default, etc.), pero no yace allí el real riesgo para la economía mundial. El riesgo continúa siendo la flaqueza y la incapacidad de las instituciones de la eurozona, y la falta de coordinación hacia acuerdos y acciones en conjunto en pos de una resolución de los problemas. Problemas de coordinación en las políticas económicas, así como en la administración y manejos de esta crisis, y la falta de acuerdos políticos pueden terminar con un resultado realmente grave para la eurozona en su conjunto. Una fragmentación total del Euro todavía parece improbable, y llevaría tiempo su materialización, pero ya no es un escenario que pueda descartarse.
Como ya hemos mencionado en el pasado, el Euro sufre de deficiencias fundamentales en su diseño institucional (falta de una autoridad fiscal central que respalde la política monetaria, es la falla central), y los problemas de coordinación que se manifiestan ante cada episodio de crisis que requiere de una rápida y contundente respuesta de política económica como también de acuerdos políticos. A esta ya peligrosa combinación se suma más ruido y debates poco estructurados donde la gente se comenzó a expresar con el voto en contra de los actuales mandatarios y a favor de partidos sin un plan alternativo coherente.
Una potencial resolución de este conflicto podría ser una ordenada salida de Grecia de la zona Euro, a pesar que hoy los políticos europeos parecen incapaces de asimilar tal escenario, pues no pueden admitir que el euro no es solo un camino de ida. Esto creemos es un error muy grande. El euro debe ser un club al que no solo se entra, sino que también se puede salir o ser echado. Un ideal político no puede ir en contra de fundamentos económicos básicos por mucho tiempo. Países que sistemáticamente pierden competitividad y son insolventes no pueden permanecer en una unidad monetaria con países más ricos, productivos y responsables del lado del gasto. Los miembros menos disciplinados habían dependido históricamente de los grados de libertad que otorgan una moneda propia, la emisión monetaria y la depreciación de la misma. El euro elimina esos grados de libertad. Si los políticos europeos no quieren considerar un escenario donde Grecia abandone la UE, los mismos griegos lo van a pensar por ellos, y seguramente va a resultar más costoso y perjudicial para todos. Somos consientes de las dificultades al diseñar e implementar una estrategia de salida del euro, como también del complicado juego político en el que cayeron la UE y la izquierda extrema en Grecia. El partido llamado Syriza en Grecia propone deshacer los últimos acuerdos con la UE, renegociar la deuda, pero permanecer en el euro. Del otro lado, la UE no está dispuesta a ‘echar’ un país del euro, pero parecen ahora aceptar la idea de un país decida irse. La política en Grecia, con su actual desorden, serán los que determinen el destino de Grecia en el euro, lo que puede o no ser un shock importante a la Unión y la economía global. La respuesta de la UE y del BCE (Banco Central Europeo) determinarán que clase de shock es.
Las elecciones en Francia, y ahora en la región más importante de Alemania, erosionan el apoyo político para una consolidación fiscal, al mismo tiempo que las necesarias reformas estructurales, lo que es más importante que Grecia. El Euro puede sobrevivir que países como Grecia u otros similares en tamaño defaulteen y/o se vayan de la Unión, pero no puede sobrevivir una falta de coordinación e implementación de reformas estructurales en los países líderes (Alemania, Francia, España e Italia). Estos cuatro países son la esencia de la Unión por su tamaño, y son justamente ellos los que tienen que trabajar en pos de una consolidación e integración fiscal, al igual que reformas estructurales que generen una mejora en la eficiencia y con ella la productividad de la eurozona. Serios y profundos desacuerdos políticos dentro y entre estos cuatro países pueden llegar a disolver el sueño europeo, especialmente en momentos donde el tiempo y la libertad de acción no están de su lado.
No todo es negativo, pues el reciente debate sobre un ‘pacto de crecimiento’, que algunos se aventuraron en llamar ‘El nuevo plan Marshall’, puede ser leído como un indicio que el debate sobre la integración fiscal está en camino. El año pasado Merkel y Sarkozy descartaron el uso de los llamados ‘eurobonos’ porque decían que era temprano para hacerlo, que los países más ricos no debían salir a socorrer a los más pobres antes que estos últimos tomen medidas y comiencen a enderezar sus economías. Sin embargo, pensamos que usar al BIE (Banco de Inversiones Europeo) para emitir deuda en nombre de la Unión es un paso en la dirección a emitir eurobonos, o por lo menos, es una medida transitoria con el mismo espíritu.
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